Condechi
Supongo que me trato de un chico que a menudo pasa tiempo en un espacio específicamente planeado para aquellos que desearían que su vida fuera más interesante de lo que realmente es: para los veinteañeros que no tienen o fingen no poseer un trabajo de cubículo y que leen, algunos mejor que otros, y que crean o que fingen crear o crean la ilusión de crear buen arte. Paso demasiado tiempo en la Condesa, por ejemplo. En parte, por mi vida académica. Por otra parte, porque me gusta poder pasearme en un lugar rodeado de personas que se esfuerzan y sudan sangre para aparentar no esforzarse. Personas que poseen poses que permanecen en la eterna promesa de lo cool y lo hip y lo chic. No es algo de lo que esté orgulloso, es algo que sucede. Esta actitud, la del poco orgullo y el conformismo, es típicamente veinteañero. Pero no de cualquier veinteañero, sino del que está aburrido consigo mismo. "Tal vez mi vida no se reduzca a esto", nos decimos. "Probablemente haya más personas como yo", sospechamos a pesar de que lo sabemos con certeza. "No es necesariamente una crítica", pero lo es.
Subimos las escaleras corriendo, aún cuando no tenemos prisa. Manejamos Mini Coopers y vestimos Lacoste. Parece que nos sentimos culpables al respecto, pero no es así. Sólo nos sentimos vigilados constantemente. En ocasiones, esta sensación de ser parte de algo que nos supere, de una película o una buena novela, nos agrada. En otras ocasiones, particularmente cuando advertimos que ese espectador inmóvil somos nosotros mismos, juzgándonos constantemente en silencio, esta sensación nos desagrada.
Reímos como si estuviéramos riendo.
Cogemos con desesperación porque sabemos que no va a durar.
Hablamos con ironía pero deseamos que ese juego se detenga, en algún momento.
Nos sentimos agredidos por y resentimos las actitudes de los resentidos.
Intentamos constantemente caer bien. Y es algo agotador.