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Tengo el vago sentimiento de que esto ya lo ha visto alguien alguna vez. Se parece a la libertad, o a dos niños jugando con la arena. Pero no. No tiene nada que ver con eso. Intento describir un sentimiento, un sentimiento de que hay alguien esperándote en tu casa –que en realidad no es tu casa, sino un lugar abstracto que imaginas cuando piensas en un lugar donde realmente te gustaría vivir.
“Un lugar donde te gustaría vivir”. Hay que detenernos en este punto, quizá por siempre. Démosle vueltas. Un lugar donde a uno le gustaría vivir no es un lugar donde a uno le gustaría habitar. Es decir, aquello implica que a uno no le gusta vivir en el lugar donde vive. ¿Sólo por llegar en las noches a un basurero? Así es, y parecería que soy una nena. Y no, no es un basurero, esa sería la interpretación errónea de mis palabras. Quisiera recordarte que tu casa no es el lugar a donde llegas a dormir por las noches (sic), es una cosa que te sigue a dondequiera que vas y que tiene más que ver con la persona con quien vives que con lo que diga un valuador especialista en bienes raíces.
He dicho. Este pequeño paréntesis puede no ser del agrado de todos, la verdad me importa muy poco, porque hace tiempo que no tengo lector ideal, y también últimamente me ha dado por tener muchas pretensiones acerca de lo que escribo. Así que sumando esos dos factores podríamos decir que me encuentro nuevamente en el principio.
Me explicaré, en la clase de Anatomía (para quienes hayan cursado la educación media superior será fácil de comprender) se estudia que existen dos sistemas, el simpático y el parasimpático. Uno se encarga de activar las funciones, mientras que el último echa marcha atrás cuando al primero se le está pasando la mano.
Pues bien, al escribir también hay eso, no sé si alguien ya lo estudió o si tiene algún nombre. Lograr el equilibrio debería ser la meta. Lástima que ese tipo de cosas nunca se me han dado. Pues bien entonces podemos pasar a lo siguiente. Contar una historia.
Me sé muchas. Puedo contarte de la vez en que lloré toda la noche hasta que me quedé dormido, pero justo antes un rayo de esperanza me llenó de tal forma que mi nihilismo se vio gravamente cuestionado y pensé que el “mundo” y la “vida” eran más que términos que sólo en determinados contextos tenían referente. Puedo contarte de esa vez y puedes leerlo muchas veces, porque eso no me deja de pasar.
O puedo traicionar a mis amigos y hacer públicos sus secretos más oscuros con el pretexto de que tengo que vivir de algo. Creo que eso no está muy penado por la ley, siempre y cuando el juez tenga la sensatez para darse cuenta de que se trata de un robo famélico. Tal vez sólo finjo que lo hago por dinero y en realidad me estoy muriendo por dentro, o todo lo contrario, me siento vivo y soy un guerrero dispuesto a matar siempre y cuando haya quién y con qué.
Seguramente piensas que en algún momento va a pasar algo, pero te aseguro que puedo continuar páginas y páginas así. Juro que puedo. ¿Valdría la pena? Sinceramente, esa es una pregunta que me hago muy poco. Y lo sé, sé que no estoy ganando mucho con esto. Sé que todo tiene que ver con algo externo. Yo creo en la gracia. Sí, sigo siendo ateo, no te preocupes. Pero creo en la gracia. Y también Baudelaire, quien probablemente está muy encabronado porque no copié ningún poema suyo (quizá lo resolvamos después). ¿Entonces?
¿Pero quién hace esas preguntas? ¿Es que el lector ideal no ha muerto y sólo se quedó inerte durante días y fingió iniciar un proceso de descomposición para que tornara mi mirada hacia otro lado y así poder escapar? Los años me han enseñado lo que soy capaz de hacer, que no es mucho. Así que permanece en pie mi amenaza de continuar por páginas y páginas con esta farsa (que irónicamente es lo más auténtico que he hecho ultimamente). ¿Qué me vas a dar a cambio? ¿Qué estoy ganando de ti?
Vaya. Llega ese murmullo ininteligible y se supone que yo tengo que hacer algo con él. De preferencia convertirlo en una sinfonía. Bien, pues yo no sé contrapunto ni conozco los grados de parentesco entre tonalidades, ni siquiera tengo conocimientos básicos de armonía. ¿Qué quieres que haga con ese murmullo? No puedo salir a golpear gente, eso tampoco se me da, y si de vez en cuando me golpeo la cara es más un sacrificio que hago por el gusto de ser lastimado.
¿Entonces? Tengo que contar una historia para que te calles. Vi tu sonrisa, regresa a la mueca de insatisfacción que tenías antes, no te engañes. Bien aquí va la historia. Es una versión realista y con un toque de humor negro de Hansel y Gretel. ¿Que eso ya lo hizo David Ginnochio? Jódete Gino, arde en el infierno. No se me ocurre nada más que hacer. Caperucita Roja versión sexual, oh, no sé. Todo suena tan estúpido y arbitrario. Quizá si pienso cómo son mis historias favoritas podré encontrar el modo como se hicieron. La verdad no le veo mucha esperanza a esto, mi vida no me gusta demasiado y ergo es poco probable que con una base tan pobre logre escribir de manera interesante la vida de alguien más. Escribir es cabrón, de verdad que lo es. Hacer poesía es más fácil porque las palabras riman y eso relaja al momento de escribir. Pero también hay poesía que no rima y entonces también es muy cabrón. Por ahí alguien decía que una página diario no es nada. Creo que era mi padre. Qué más da. Quizá pueda escribir una página diario pero no le veo muchas posibilidades. En verdad no le veo muchyas posibilidades. He leído cosas hermosas, he conocido muchos países, he alimentado a la musa hasta volverla una suripanta gorda y buena para nada que parasita de mis pocos recursos psíquicos sin dar nada a cambio.
Te quitaría las medias de red sin pensarlo. Lentamenate pero eso no significa que tenga dudas. El problema es que no tienes medias de red, y de hecho creo que no te gusta mucho usar medias. Y a mi tampoco me vuelven loco las medias de red, sólo ciertas veces... Bueno, hay momentos en la vida de un hombre donde necesita medias de red. O ponerse medias de red. O una falda. Dios, si tuviera una falda en estos momentos me la pondría, estoy pensndo qué de las cosas que están en mi ropero pueden hacer las veces de falda. ¿Una chamarra? Muy vulgar, pero quizá termine haciéndolo.
Para ser justo conmigo mismo debo decir que la culpa no es mía. Piensen en esto. ¿Qué significa el “delirio de grandeza”. Sentirse chingón es la grandeza misma, o de otro modo la grandeza no existe. En ese caso “soy grande” podría querer decir “soy un buen jugador de scrabble”, “soy un estratega de primera”, “soy bien listo”, etc. Pero, ¿qué quiere decir en sí mismo sin referencia a una actividad que se pretenda elevar a modo superlativo? La grandeza es una cosa que se experimenta, oh sí. Entonces no existe el delirio de grandeza, sólo la grandeza.
4 Comments:
me puse a escribir como pendejo -cada quien escribe como lo que es- pensando que en algún momento saldría algo parecido a una novela
me equivoqué y salió esta basura, disfrútenla, o imprímanla y trágensela animales infernales
yo también estudié la licenciatura en filosofía
jiote jiote jiote
no mames, nadie sigue diciendo "jiote"
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